4 de agosto de 2009

Silvio Jou

Cuando una larga vida como la que se acaba de extinguir deja una legión de amigos, como en el caso de Silvio Jou, cabe preguntarse cuál es la razón de ello. Quienes fueron sus amigos de la juventud ya no están, otros que les siguieron, tampoco. La respuesta no puede ser otra: don Silvio fue un sembrador de afectos, que multiplicó sus frutos en los caminos diversos que recorrió.

Desde Los Quirquinchos vino a estudiar en el Colegio del Sagrado Corazón y era ahora el decano de los ex alumnos y como tal dispuesto a reconocer a quienes le dieron la instrucción y el conocimiento, como pudo verse en ocasión de celebrarse el centenario de esa casa de estudios.

Allí en Los Quirquinchos estaba -su padre era gerente de una casa de comercio del pueblo- cuando llegó a fines de 1927 el doctor Enzo Bordabehere con varios correligionarios para buscar el apoyo popular en momentos de reorganización de la actividad partidaria. Momentos difíciles, de policías bravas, de coacciones que llegaban hasta precintar la maquinaria agrícola de los colonos opositores, en consecuencia, de reclutamiento difícil. Silvio rondaba los 18 años. Inmediatamente, junto a otros jóvenes se dio a la militancia política, que ya no abandonaría en el resto de su vida.

Al llegar el doctor Luciano Molinas al gobierno de la provincia, cuando él tenía 22 años de edad, fue designado secretario del ingeniero Dante Ardigó, presidente del Consejo de Educación, colaborando en una gestión transformadora de la actividad, con la descentralización escolar en cumplimiento de la Constitución de 1921, tarea que desarrolló con el entusiasmo de sus años mozos y de la convicción de sus ideas.

La inicua intervención federal al gobierno del doctor Molinas, dejó la obra interrumpida y más tarde abandonada.

Vendrían entonces los años de su incorporación a la Federación Agraria, entidad en la que durante décadas brindó su conocimiento y su esfuerzo hasta llegar a los más altos rangos del escalafón.

Este es el sintético recorrido donde desplegó su inteligencia intelectual. Falta señalar su actuación como mandato de lo que hoy se conoce como la inteligencia emocional. Vinculado a un club de fútbol de esta ciudad, se entregó a esta actividad con la misma pasión y ocupó los más altos cargos directivos. Cuantas anécdotas en las que resaltaba la defensa de la divisa deportiva le gustaba contar! Y cuantas enseñanzas de las épocas en que los dirigentes de los clubes, al margen de la rivalidad del deporte, eran señores, que no habían sido corrompidos por la demagogia ni alentaban la violencia!

No sería completa la reseña de su vida si no se dijera algo de su gusto por la poesía. Siendo adolescente, fue uno de los primeros que leyó poemas en los albores de la radiofonía rosarina. Esa afición no la abandonaría jamás. Hasta los últimos días de su vida le hemos oído recitar con entusiasmo de niño las grandes obras de la lengua española y deleitarnos con las estrofas de Vicente Medina, el murciano que vivió largos años en Rosario.

Silvio Jou tuvo justo reconocimiento de sus méritos y de su entusiasmo. En el Partido Demócrata Progresista integró organismos partidarios y candidaturas y llegó a ocupar los cargos de elector de gobernador y elector de presidente, que se disciernen entre los ciudadanos más leales, en quienes se deposita la máxima confianza. En los últimos años, presidió la Comisión de Museo y Homenajes, y también allí, con su archivo y su memoria, contribuyó a cumplir los propósitos inherentes a la misma.

En el cuarto de la habitación que ocupaba en la residencia de los últimos meses, las fotografías y menciones honoríficas ilustraban claramente acerca de sus ideales y sentimientos. Un cuadro mostraba a los doctores Lisandro de la Torre y Mario Antelo: el espejo en el que supo contemplarse en la noble acción política. En otros, su familia, su trabajo, su divisa deportiva.

Silvio Jou fue por sobre todas las cosas un amigo leal, un hombre cabal, un referente ante quien cesaban las querellas porque se imponía suavemente como aquellos que están un paso más delante de los intereses que dividen a los seres humanos. A la edad en que la mayoría de los hombres declinan, él mantenía sus entusiasmos juveniles. Era un optimista por naturaleza.

Ya no escucharemos sus amigos su saludo afectuoso: “Chau, querido”. Hoy le decimos cariñosamente: Hasta siempre don Silvio.

1º de julio de 2003

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